viernes, 16 de octubre de 2009

El azar (parte 1)

Anoche, mientras salía de mi departamento con una botella de tinto entre las manos, se me ocurrió, Laura, que vos jamás sabrías de ese pequeño detalle. La botella de vino tinto, la sonrisa en los labios, el aire de expectativa ante la inminencia de una fiesta que prometía mucho y efectivamente cumplió: pequeños detalles que vos quizás jamás sepas, así como yo no sé de tantos pequeños detalles tuyos.
En la fiesta conocí a una chica española, Cristina, había llegado a Berkeley por dos meses a visitar a su hermana, pero le gusto y ya lleva 3 meses. Hubo una conversación trivial, hubo un par de sonrisas sugerentes y vino tinto, y cerveza, hubo el contagioso merengue de Juan Luis Guerra y de pronto, Laura, me encontré bailando con exaltada pasión. La estaba pasando muy bien y por ese momento me pude olvidar del allá, del pasado reciente y del futuro trunco, y concentrarme en el acá, en el ahora.
Luego me sentí culpable. Como siempre me había sentido cuando la pasaba bien sin ti, cuando me dejaba llevar por el ruido del mundo y descubría que también podía ser feliz en tu ausencia. Para alguien que nunca dudó de ninguno de los mitos que generaciones pasadas nos legaron acerca del amor, esa verdad produce angustia y amargura: porque uno cree literalmente en los mitos y cuando descubre el amor piensa que es cierto, uno no puede vivir sin el ser amado, sin ese ser al lado hay insomnios continuos y una desgarrada, quieta desesperación y a veces no tan quieta. Angustia y amargura, porque uno descubre que puede vivir sin el otro ser, la impiadosa vida continúa y hay que sobrevivir, de algún modo hay que ingeniársela para construir un mundo en que la otra persona esté pero no esté, sea imprescindible pero no sea imprescindible. Y así, Laura, nuestro gran amor se convierte en un amor más, un amor que pudo no haber sucedido aunque nosotros creamos que el destino nos tenía reservados un momento, un amor lleno de debilidades y olvidos y traiciones como el de tantos otros.
Sin embargo, lo mas curioso es sentirme culpable ante tu ausencia absoluta, casi como imitando el gesto anacrónico de quien se acomoda un flequillo que ya hace años se convirtió en calvicie.

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